Los programas de prevención del delito en México han topado con "un techo de cristal", su impacto ha sido reducido a meras respuestas administrativas expresadas en talleres, cursos, pláticas a los padres, alumnos, hijos, maestros. El enfoque subyacente en los programas de prevención del delito descansa en que la sociedad es repositorio de conductas violentas que deben inhibirse. Esto deja de lado el papel de la clase política en la generación y persistencia de la violencia en un territorio. La apropiación de "lo público", por parte de la clase política, y su incapacidad de generar formas de convivencias que construyan cohesión social establece "un caldo de cultivo" para que los programas de prevención del delito tengan una incidencia casi imperceptible, en la medida que la sociedad tiende a emular las conductas de la clase política. Para explicar esta situación, se retoma la propuesta de Norbert Elías y el desarrollo del proceso civilizatorio y la ocurrencia de eventos des-civilizatorios, con el fin de vincular los procesos de convivencia entre la clase política, y la clase política y la sociedad, y establecer que en la medida que la clase política sea incapaz de promover formas de convivencias pacíficas, las políticas de prevención del delito tendrán poco eco en la sociedad.
