A lo largo de la historia reciente, principalmente occidental, el negro ha sido símbolo de muerte; sin embargo, durante el siglo XXI el negro también ha representado incertidumbre, la incertidumbre del ser-ahí, del hombre contemporáneo. Un individuo al que mientras le llega la muerte debe aprender a vivir en ella, en la constante negación de su existencia y de su presencia. Un hombre que ha sido arrojado al mundo tiene únicamente para sí mismo voluntad de poder, una fuerza que se opone a la muerte, pero que emerge de ella. La realidad es creación, simulacro. El arte en general, pero el arte contemporáneo en particular, como el estilo que se desarrolló en el siglo XX y se desarrolla aún en el siglo XXI, es un artificio para la vida social, un simulacro y una ficción al igual que el contrato social. Esta ficción emerge según Nietzsche de la voluntad de poder, de la posibilidad de desear ilimitadamente en el estado natural, un momento presocial. El poder es una fuerza (estética) que puede generar obras de arte, voluntades que generan ficciones y ficciones que a su vez generan apariencias, mismas en las que discurre el ser-ahí. Nietzsche aclara que la voluntad de poder no es una facultad humana, no es que el hombre posea voluntad de poder, sino el hombre en sí es voluntad de poder. La voluntad de poder es libre, vital y expansiva, una fuerza impulsora que no aspira a apoderarse de nada, ni a dominar a nadie, es creación. El arte para Nietzsche es el mundo de los instintos vitales, la oportunidad de que la vida exprese su potencia a través de metáforas y no de los conceptos que intentan contener su fuerza. La realidad, la verdad del ente es puro devenir, cambio, transformación.
